10
Capítulo 10 Desafío a la Devastadora
Incluso Ana, que estaba dispuesta a maldecir si no podía responder, contuvo las palabras en la punta de la lengua. Arrugó la frente y abrió la hoja de respuestas que tenía en la mano. Para su sorpresa, era correcto. Las respuestas a este examen práctico solo las conocía el profesor, y los alumnos no podían acceder a ellas.
«¿Podría ser que ni siquiera lo calculara, y supiera la respuesta con mirar? ¡Es imposible! Es una pregunta crítica, aunque la calculara yo, tardaría cuatro o cinco minutos. ¿Cómo pudo saber la respuesta con solo echarle un vistazo? ¡Solo hay una posibilidad!».
—¿Usaste en secreto tu móvil para buscar respuestas durante la clase? ¿Planeas llevar el móvil para buscar respuestas durante el examen? Guarda tus trucos. Esta es la Clase A, no tu caótica clase anterior.
La mirada de Ana era penetrante y, a medida que hablaba, su voz se hacía más aguda y sarcástica. Al escuchar sus acusaciones, la expresión de Melisa se ensombreció y sus ojos brillaron con intensidad.
No había venido aquí para causar problemas, solo quería cumplir un sueño que tuvo una vez. Sin embargo, no esperaba que no todos los maestros fueran sabios eruditos que impartían conocimientos; también había demonios y tontos que ni siquiera sabían distinguir el bien del mal.
—¿En dónde están las pruebas?
La actitud confiada de la chica dejó estupefacta a Ana, que enmudeció.
—¿Qué pruebas?
Melisa levantó un poco los labios y afirmó con calma:
—La prueba es que utilicé mi móvil para buscar las respuestas. Me acusaste con tanta confianza, así que debiste verme usando mi móvil. Tiene que haber pruebas.Nôvel(D)ra/ma.Org exclusive © material.
—Tú…
Ana se quedó sin palabras. ¿De dónde sacaría las pruebas? No era más que una suposición basada en la intuición. Por suerte, en ese momento sonó el timbre, señalando el final de la clase y rompiendo la tensión entre ambos. Ana recogió los libros con rabia, dirigió a Melisa una mirada torcida y salió furiosa del aula. Los alumnos de la clase presenciaron esta escena y se entusiasmaron.
—¡Vaya, te atreviste a enfrentar a la Devastadora! ¡Qué valiente!
—La Devastadora siempre intimida a los alumnos con peores notas. Les pega, les regaña o incluso les agrede físicamente, haciendo que todos nos sintamos mal.
—Sí, por fin, hoy podemos mantener la cabeza alta.
Los alumnos se reúnen en torno a la mesa de Melisa, elogiando sus acciones con entusiasmo. Melisa entendió sus intenciones y no le importó su cercanía. Sonrió y dijo:
—Centrémonos en la tarea que tenemos entre manos.
«Un buen profesor merece respeto, pero los indignos de ese título no lo merecen».
En ese momento, un chico con gafas sentado frente a Melisa se dio la vuelta y preguntó:
—Melisa, he visto antes la expresión de la Devastadora. Debiste responder bien a la pregunta. ¿Puedes explicárnosla?
Melisa parpadeó y asintió.
—Por supuesto.
Sacó papel y bolígrafo y les explicó el tema. Tres minutos más tarde, los alumnos que la rodeaban mostraron de repente comprensión, algunos incluso tomaron la mano de Melisa con gratitud.
—Melisa, explicas las cosas de forma tan clara y sencilla. Siempre tengo que pensar mucho para entender lo que dice la Devastadora, ¡pero lo entendí después de tu explicación!
—Sí, con tu explicación, es como si estuviera iluminado.
A Melisa le divirtieron sus reacciones, y su expresión, antes tensa, se suavizó al decir:
—Gracias a todos por su comprensión. Si tienen alguna pregunta en el futuro, no duden en hacérmela.
Nunca fue una buena estudiante, nunca hizo exámenes y nunca experimentó esta auténtica camaradería entre compañeros. La amistad en el mundo del espectáculo era como caminar sobre hielo fino, superficial y fácil de traicionar. A diferencia de ahora, donde no hay agendas ocultas, solo confianza basada en el agrado mutuo.
Mientras un lado de la sala se llenaba de risas animadas, en el otro se respiraba un ambiente tenso. Con un sonoro golpe, Antonio arrojó con rabia el bolígrafo de su mano sobre la mesa, dejando una línea oscura sobre el papel cubierto de números. El papel estaba repleto de números y fórmulas, pero la respuesta final había sido garabateada varias veces, lo que revelaba su frustración.
«¿Cómo se las arregló esa mujer para resolverlo?».
No importa cuántas veces lo intentara, no podía hacerlo bien.
«Esta pregunta está a la altura de las matemáticas de las Olimpiadas, el nivel de dificultad es muy alto, sin embargo, esa mujer llegó sin esfuerzo a la respuesta correcta con solo echar un vistazo; ¿cómo lo hizo?».
Puede que Ana no lo supiera, pero Melisa ni siquiera había tocado su móvil, y mucho menos comprobado la respuesta, así que no podía haber hecho trampas. Además, recordó que cuando se le pidió que resolviera el problema, parecía estar leyendo un libro de texto de catalán…
Con los dientes apretados, miró fijo a cierto individuo que estaba rodeado de otros, sonriendo con una expresión de suficiencia, ¡su ira casi le hizo rechinar los dientes!
«¡Qué sonrisa tan falsa! Presentando una expresión oscura ante mí, pero radiante como un sol delante de extraños. ¡Argh!».
De repente, se produjo un fuerte alboroto. Con un fuerte estruendo, la puerta trasera del aula se abrió de una patada. Un joven alto y apuesto entró con expresión sombría, llevando la chaqueta del uniforme escolar. Miró a su alrededor y no volvió de inmediato a su asiento, sino que se dirigió al escritorio de Antonio.
Agachándose para mirar el papel del examen de matemáticas en el que estaba trabajando Antonio, dijo:
—La respuesta es: b,d,a,c,b.
—Puedo echar un vistazo a este papel y ver de inmediato las respuestas. ¡Solo un tonto tardaría tanto en averiguarlo!
Después de pronunciar estas palabras, se comportó como si hubiera conseguido algo extraordinario, levantando la cabeza como un gallo victorioso. Ya irritado, el rostro de Antonio se ensombreció aún más al verse provocado por él, con frialdad burlona.
—¿De verdad? Si yo ocupo el primer lugar en todo el grado, ¿en qué convierte eso a la persona que solo ocupa el segundo lugar? ¿Basura?
Guillermo Tapia estaba tan furioso que casi hace polvo sus dientes.
—¡No te precipites, el primer puesto será mío tarde o temprano!
Antonio sonrió, pero con una fuerte dosis de sarcasmo. Escenas como ésta formaban casi parte de la rutina diaria en el aula. Al ver que Guillermo se disponía a pelearse, algunos de los que estaban cerca de él lo contuvieron de inmediato y le susurraron:
—¡Guillermo, cálmate! Pelearte ahora solo te traerá problemas.